«Y dale alegría a mi corazón…»

Tengo que confesar que de vez en tanto me engancho con videos de las hinchadas, de Ecuador o de cualquier lugar del mundo. En YouTube hay videos geniales de las fanaticadas locales. Los sonidos de los tambores, bombos, trompetas, la repetición secuencial de gritos… todo ese me llama mucho la atención.

En realidad, las barras organizadas (o barras bravas) manejan una simbología muy interesante. Más allá de la violencia, la argentinización, colombianización o como quieran llamarlo, los códigos de las hinchadas son dignas de un análisis profundo, mucho más allá de los discursos habituales que se quedan en los medios.

Estos grupos son como una especie de logias, que se organizan a su manera, con sus propias leyes, con sus intereses -muchas veces desvirtuados-, con sus códigos, incluso con sus propias maneras de castigar y sancionar. Hay que decir que en muchas ocasiones también manda la ley del más fuerte o el más bravo.

Pero todo lo viven con pasión, quizás su principal característica. Ir al estadio y ser parte de esa logia es mucho más que una distracción, es una especie de religión a la que no se le puede fallar.

Y hay algo que es lo que me fascina, la conexión de estas barras con la música. Ahí es donde se resume esa pasión, en los gritos desenfrenados, en los tambores y los bombos. Es fascinante la creatividad de muchas hinchadas (no de todas, porque la mayoría se dedican a copiar). Pero en Ecuador por ejemplo, la Muerte Blanca, la Sur Oscura, la Mafia Azulgrana, la Boca del Pozo han hecho composiciones (una especie de covers), en realidad muy buenos.

Les dejo este video que resume algo de esa pasión inexplicable. Un grupo de muchachos hinchas de Boca Juniors, que de seguro no tienen mucho dinero, después de un partido del equipo xeneize en Río de Janeiro se divierten en el pasillo del estadio Maracaná gritando por el equipo de sus amores. El partido había terminado. No importaba, su familia necesitaba ese alimento para el alma. Música y fútbol.